"La casa transitoria"
Por Nadia Belén Brandan. Estudiante de la Licenciatura en Periodismo en la Universidad de Avellaneda. Twitter: @NadiaBrandan
El estadio está repleto, la hinchada alienta sin cesar, pero a gritos la voz del lugar anuncia la entrada de un jugador del interior que hoy debuta. Sus ojos se iluminan y sus padres junto a su novia lloran desde la tribuna al ver que esa persona que tanto aman está cumpliendo “el sueño del pibe”; debutar en primera. La escena suele conmover y quedara grabada en la memoria y, tal vez, en las fotos de muchos pero ¿Qué hay detrás?
- “Señoras y Señores se viene Boooocá… Bienvenido Maradona a tu casa”- grita eufóricamente, el relator, Marcelo Araujo en el partido de Colón de Santa Fe frente a Boca por la novena fecha del Torneo Apertura, un sábado 7 de Octubre de 1995.
Pero el no está solo, el hincha de Boca y el futbolero también están presentes, sienten que no se pueden perder este momento único y como si fuera un ritual reciben al astro del fútbol con una lluvia de papelitos azul y oro, escoltados por esos cantitos tan peculiares, que sólo el fútbol posee. Es que hace catorce años que Diego no pisa oficialmente el campo de juego del Estadio Jacinto Armando, y ahora con la redonda debajo del brazo y el pelo a medio teñir de rubio, encabeza la salida del equipo Xeneize. Lleva puesta la diez pero no es el pibe de Villa Fiorito que migró a Europa en busca de sed de gloria. Tuvo unos cuantos tras pies, la droga empezó a influir en su vida, las minas le dieron de que hablar en los programas de chimentos y tiene mal rendimiento futbolístico, pero eso no importa, está en su casa. Al fin.
Pero el no está solo, el hincha de Boca y el futbolero también están presentes, sienten que no se pueden perder este momento único y como si fuera un ritual reciben al astro del fútbol con una lluvia de papelitos azul y oro, escoltados por esos cantitos tan peculiares, que sólo el fútbol posee. Es que hace catorce años que Diego no pisa oficialmente el campo de juego del Estadio Jacinto Armando, y ahora con la redonda debajo del brazo y el pelo a medio teñir de rubio, encabeza la salida del equipo Xeneize. Lleva puesta la diez pero no es el pibe de Villa Fiorito que migró a Europa en busca de sed de gloria. Tuvo unos cuantos tras pies, la droga empezó a influir en su vida, las minas le dieron de que hablar en los programas de chimentos y tiene mal rendimiento futbolístico, pero eso no importa, está en su casa. Al fin.
Cientos de periodistas suelen utilizar la palabra “casa” cuando se refieren a la vuelta de un jugador al club que los vio iniciarse futbolísticamente. Pero lejos de esta realidad, los jugadores profesionales, esos de los cuales depende tu alegría o tristeza de una semana, no viven en una instalación del club, es decir, en la sede, en un vestuario o dentro de una cancha, sino que habitan sus propias casas o departamentos de gran comodidad, donde la PlayStation y el LCD llegaron antes que la heladera y la cocina. Tampoco están rodeados por veinte empleados de un club sino que al contrario, seguramente, estarán acompañados por una linda botinera preferentemente Argentina. Hasta tal vez, tengan un perro chiquito correteando por el living detrás de una pelota de fútbol, esa misma que rompió un vidrio y unos cuantos adornos cuando estrenaron el lugar.
* Son las 6:15 de la tarde y hay mucho movimiento en el edificio nuevo de la escuela media Nº3 “Alfonsina Storni”, en Ituzango al 1000, en Lanús Este. De él, una centena de adolescentes con sus hormonas a flor de pie salen y no se dispersan tan rápido como quisiera. Al contrario, se reúnen en pequeños grupos a hablar sobre quién sabe qué cosa. Entre ese tumulto sobresale un clan de cinco chicos, que parecen hermanos de una logia. Dan los mismos pasos con sus piernas voluptuosas y chuecas; y se visten demasiado iguales, pantalones muy achupinados de colores, remeras al cuerpo de modal y zapatillas nuevas de marca. Indudablemente todos huelen a Kevin. -
¿Va pa´ la pensión culiado?
-
En rato...
El culiado es Martin, camina con tanta pachorra que la propaganda del yogurt de la Serenísima es en honor a él. Está cansado pero no se queja, sus ojos caídos lo delatan sino nadie lo notaria. Esta tan bien arreglado, vestido y peinado para un costado que estoy en duda de donde sale.
Camina a su casa muy apurado porque anotó en el cuadernito, que le entregó el conserje, que llegaba a las 6:30. A pesar de estar a pocas cuadras son y veinte tres. Para colmo, firmó y ya está en capilla desde el día de la primavera que le dieron permiso para que llegue un poco, sólo un poco, más tarde a casa y disfrute de la jornada con amigos. Tenía que estar a las 00:00, ni un minuto más ni un minuto menos, pero las ganas de salir de joda acumuladas le jugaron en contra y llegó al otro día a las 9:00 de la mañana. En consecuencia el sábado ni lo citaron para jugar. -
Camina a su casa muy apurado porque anotó en el cuadernito, que le entregó el conserje, que llegaba a las 6:30. A pesar de estar a pocas cuadras son y veinte tres. Para colmo, firmó y ya está en capilla desde el día de la primavera que le dieron permiso para que llegue un poco, sólo un poco, más tarde a casa y disfrute de la jornada con amigos. Tenía que estar a las 00:00, ni un minuto más ni un minuto menos, pero las ganas de salir de joda acumuladas le jugaron en contra y llegó al otro día a las 9:00 de la mañana. En consecuencia el sábado ni lo citaron para jugar. -
“Linda gira me pegue” – confiesa con una sonrisa enorme que deja en descubierto sus dientes blanco producto de un constante tratamiento odontológico que reduce el riesgo de lesiones musculares. No se arrepiente.
El vive en el primer piso de un edificio nuevo construido debajo de una tribuna de un estadio de fútbol, que últimamente siempre está vacía por la orden de la Asociación de Fútbol Argentino que impide que el público visitante concurra a las canchas tras los continuos hechos de violencia. Su casa tiene veinte habitaciones con baños privados, en las que duermen tres personas, un enorme comedor en la planta baja, una cocina, un salón de entretenimiento, y un patio con canchas de tenis, cancha techada de multiuso, canchas de fútbol, dos piletas, un gimnasio, un jardín de infantes, un restaurante, vestuarios y una pista de atletismo.
El vive en el primer piso de un edificio nuevo construido debajo de una tribuna de un estadio de fútbol, que últimamente siempre está vacía por la orden de la Asociación de Fútbol Argentino que impide que el público visitante concurra a las canchas tras los continuos hechos de violencia. Su casa tiene veinte habitaciones con baños privados, en las que duermen tres personas, un enorme comedor en la planta baja, una cocina, un salón de entretenimiento, y un patio con canchas de tenis, cancha techada de multiuso, canchas de fútbol, dos piletas, un gimnasio, un jardín de infantes, un restaurante, vestuarios y una pista de atletismo.
El vive en la pensión del Club Atlético Lanús, esa es su casa y su patio, el polideportivo. En ella está su familia, ahí están sus más de 50 hermanos con más de 20 tonadas diferentes.
A diferencia de muchos hogares, esta casa en Noche Buena, Navidad, y Año Nuevo no reciben parientes que vienen desde lejos. Por el contrario, a fin de año se despuebla. Cada chico viaja a su tierra natal a ver a su propia familia, esa que no ven desde el día de la madre. Fin de año también significa para ellos llegar al fin de un etapa, tal vez algunos de ellos no regresen el próximo año. Estar en una pensión es algo transitorio que depende del rendimiento futbolístico de cada uno.
A diferencia de muchos hogares, esta casa en Noche Buena, Navidad, y Año Nuevo no reciben parientes que vienen desde lejos. Por el contrario, a fin de año se despuebla. Cada chico viaja a su tierra natal a ver a su propia familia, esa que no ven desde el día de la madre. Fin de año también significa para ellos llegar al fin de un etapa, tal vez algunos de ellos no regresen el próximo año. Estar en una pensión es algo transitorio que depende del rendimiento futbolístico de cada uno.
- Quedarse libre no es la muerte de nadie pero te la baja. Sabes que podes encontrar otro club pero no es lo mismo, cuesta arrancar de nuevo- lamenta- Igual siempre terminas con nuevos hermanos y el recuerdo de a ver estado en otra pensión.
* Suena mi celular. Es la única mujer altamente autorizada en una pensión de un club y a pesar de no tener más de cuarenta años tiene 43 hijos varones adoptivos.
-Hola ¿Qué necesitás?
Soy Mirtha.
-Buenas tardes.
¿Cómo está? Mi nombr...
-
Sí sí, bueno ¿Qué necesitas específicamente?
¿Es lo que me comentaron? –interrumpe sin dejarme presentarme.
-Si yo quisier… -y me interrumpe de nuevo
-
El apoyo profesional es para todos y están contendidos por igual – comenta sobresaltada. Ella es asistente social.
No le caigo en gracia, es evidente. Y continúa.
-Intentamos que sufran lo menos posible el desarraigo, haciéndoles entender que el deseo de llegar a primera es más fuerte que todo esto. En base a ese deseo es como ellos atraviesan toda esta etapa – y sin despedirse, corto.
Una pregunta, una respuesta con los justo y necesario entonada con voz controladora.
* Enero del 2011. Un salteño perdido en la ciudad, con una contextura física y un caminar similar al de un perro pitbull, se encontró parado en la puerta de una pensión.
-Esto ya no es salta – pensó muerto de miedo, luego de tocar el timbre del portero eléctrico.
Las primeras palabras que oyó en su nueva casa fueron las del conserje, no recuerda cual era su nombre, pero sí que habitación le asignó; la catorce.
Caminó por un largo pasillo y tocó la puerta.
-¿Permiso? – preguntó. Seguramente, ni abrió la boca sólo dejó que se escabullera la única palabra que pronuncio por un pequeño espacio entre sus dientes. Los pibes estaban tirados en la cama mirando tele cuando lo vieron entrar, e inevitablemente pusieron cara de: ¿Y éste? Sin importar que los tres eran nuevos en la habitación catorce.
-Intentamos que sufran lo menos posible el desarraigo, haciéndoles entender que el deseo de llegar a primera es más fuerte que todo esto. En base a ese deseo es como ellos atraviesan toda esta etapa – y sin despedirse, corto.
Una pregunta, una respuesta con los justo y necesario entonada con voz controladora.
* Enero del 2011. Un salteño perdido en la ciudad, con una contextura física y un caminar similar al de un perro pitbull, se encontró parado en la puerta de una pensión.
-Esto ya no es salta – pensó muerto de miedo, luego de tocar el timbre del portero eléctrico.
Las primeras palabras que oyó en su nueva casa fueron las del conserje, no recuerda cual era su nombre, pero sí que habitación le asignó; la catorce.
Caminó por un largo pasillo y tocó la puerta.
-¿Permiso? – preguntó. Seguramente, ni abrió la boca sólo dejó que se escabullera la única palabra que pronuncio por un pequeño espacio entre sus dientes. Los pibes estaban tirados en la cama mirando tele cuando lo vieron entrar, e inevitablemente pusieron cara de: ¿Y éste? Sin importar que los tres eran nuevos en la habitación catorce.
-Hola ¿Qué tal? Mi Nombre es Facundo – tomó la iniciativa, a pesar de que no es de hablar demasiado, ni mucho menos hacer amistades.
-Yo soy Leonel
-Y yo soy Pedro
Enseguida pegaron onda, obviamente después de la pregunta clave.
-¿Y de que jugás? –consultó Pedro, para saber si no eran del mismo puesto.
Facundo tiene dieciocho años y quiere ser nutricionista, algo poco común para quien toda su vida gira alrededor de una pelota de fútbol. En diciembre termina el colegio, gracias al compromiso del la pensión con la institución, y ya fue citado para jugar con la reserva. Hace menos de un año dejó atrás la vida de pensionado para vivir con una familia amiga tras pasar también por la experiencia de vivir solo, una regalía que sólo obtienen los de buen representante o futuro próximo en primera.
Facundo tiene dieciocho años y quiere ser nutricionista, algo poco común para quien toda su vida gira alrededor de una pelota de fútbol. En diciembre termina el colegio, gracias al compromiso del la pensión con la institución, y ya fue citado para jugar con la reserva. Hace menos de un año dejó atrás la vida de pensionado para vivir con una familia amiga tras pasar también por la experiencia de vivir solo, una regalía que sólo obtienen los de buen representante o futuro próximo en primera.
*
Esquina de Libertadores y Monroe, Núñez. A la vista de muchos pero percibido por pocos, dos personas se saludan con un beso que dura algunos segundo, para ellos seguro duro una eternidad. Se nota que se extrañaban.
Minutos antes ella había bajado del colectivo de la línea 15, de fachada nueva y con aire acondicionado. El verde que une Pompeya con la Estación Benavidez.
- Día por medio viajo una hora de ida y una hora de vuelta, solo para verlo. ¿A vos te parece?- Me termina consultando. – todo sea por amor.
Ella tiene alrededor de veintiuno años, sabe que quiere ser en la vida. Él tiene un poco menos de diecisiete y si no fuera por el fútbol estaría en el limbo, el colegio no le gusta ni un poco. No hace mucho tiempo que salen y la palabra “Chévere” a pesar de que ella es argentina ya la tiene casi incorporada.
-El problema no es que viva en la pensión, el problema es que sea jugador de fútbol– cuenta ella mientras ríe y le envía un mensaje a él, avisándole que ya llegó – Ser la novia de… no es cosa fácil.
Se pone colorada, aunque le encantaría no está acostumbrada a contar sobre él, son pocos los que saben de esta relación. Ella intenta cuidar su trabajo y él intenta que ella no sea la primera excusa que usen los profes cuando un sábado juegue mal.
- Ser la novia de un jugador de pensión implica saber que primero está el colegio, entrenar y en tercer lugar salir a pasear con una, eso sí a las seis treinta se termina todo. Es más seis y veinte ya estamos en la parada de enfrente del club esperando el colectivo que tomo para volver – se le vuela la sonrisa pero ya lo tiene asumido.
Aunque ella no quiera admitirlo, es uno de los pilares fundamentales de él en Buenos Aires, es su cable tierra. Ella es quien lo soporta cuando pierde, cuando gana, cuando se lesiona o cuando no lo citan. Es la que le hace masajes cuando por cansancio la convence. Es la que lo hizo conocer Buenos Aires de pe a pa en menos de un mes, cuando él ya vivía acá desde hace seis años.
-“Lo mejor que le pudo haber pasado a él, es ella” – le cuesta asumir a Mónica, la madre de él, pero es consciente de la importancia de una compañera.
Mónica hace seis meses que no ve a su hijo, su único contacto es por teléfono. En junio viajó a Buenos Aires a visitarlo y espera ansiosamente a diciembre para que él vaya de vacaciones. En su última visita la conoció y se fue tranquila al ver la clase de persona que está con su hijo.
Minutos antes ella había bajado del colectivo de la línea 15, de fachada nueva y con aire acondicionado. El verde que une Pompeya con la Estación Benavidez.
- Día por medio viajo una hora de ida y una hora de vuelta, solo para verlo. ¿A vos te parece?- Me termina consultando. – todo sea por amor.
Ella tiene alrededor de veintiuno años, sabe que quiere ser en la vida. Él tiene un poco menos de diecisiete y si no fuera por el fútbol estaría en el limbo, el colegio no le gusta ni un poco. No hace mucho tiempo que salen y la palabra “Chévere” a pesar de que ella es argentina ya la tiene casi incorporada.
-El problema no es que viva en la pensión, el problema es que sea jugador de fútbol– cuenta ella mientras ríe y le envía un mensaje a él, avisándole que ya llegó – Ser la novia de… no es cosa fácil.
Se pone colorada, aunque le encantaría no está acostumbrada a contar sobre él, son pocos los que saben de esta relación. Ella intenta cuidar su trabajo y él intenta que ella no sea la primera excusa que usen los profes cuando un sábado juegue mal.
- Ser la novia de un jugador de pensión implica saber que primero está el colegio, entrenar y en tercer lugar salir a pasear con una, eso sí a las seis treinta se termina todo. Es más seis y veinte ya estamos en la parada de enfrente del club esperando el colectivo que tomo para volver – se le vuela la sonrisa pero ya lo tiene asumido.
Aunque ella no quiera admitirlo, es uno de los pilares fundamentales de él en Buenos Aires, es su cable tierra. Ella es quien lo soporta cuando pierde, cuando gana, cuando se lesiona o cuando no lo citan. Es la que le hace masajes cuando por cansancio la convence. Es la que lo hizo conocer Buenos Aires de pe a pa en menos de un mes, cuando él ya vivía acá desde hace seis años.
-“Lo mejor que le pudo haber pasado a él, es ella” – le cuesta asumir a Mónica, la madre de él, pero es consciente de la importancia de una compañera.
Mónica hace seis meses que no ve a su hijo, su único contacto es por teléfono. En junio viajó a Buenos Aires a visitarlo y espera ansiosamente a diciembre para que él vaya de vacaciones. En su última visita la conoció y se fue tranquila al ver la clase de persona que está con su hijo.
-“Mi hijo es un afortunado, es muy importante tener a alguien que lo apoye. Tenía miedo que estén a su lao por interés pero me sorprendí cuando la conocí”-
*
Sábado a la noche. La comida está hecha pero Leo cambia de menú, no hay cubiertos para mí. Bruno se acerca a la heladera, agarra un folleto y, tras descifrar cual de todos esos números es, llama al “Galeón”.
-Hola Jessy, me mandas lo de siempre. Avísame cuando este cerca a si bajo- Leo y Bruno viven en un decimo piso de un edificio paqueta, esos recién estrenados. Hace tres meses dejaron la pensión y ahora la extrañan.
-¡Uh boludo! ¿Pagaste el gas? -No lo hiciste ¿vos?
Si bien tienen más libertades, lo quehaceres del hogar no son tan fáciles con pensaban y mucho menos a los 17 años. A menudo se olvidan de las cosas, y si no fuera por la novia de uno ellos vivirían en un chiquero y comerían pizzas todos los días o terminarían cenando en el comedor del club.
Desde el primer día cumbia, cuarteto y reggaetón suenan de fondo, no se apaga ni para dormir. De hecho muchas veces se van y se olvidan de que quedo encendido el equipo de música. Dos veladores se encuentran encendidos en el comedor, mientras la luz principal tiene telarañas del poco uso. El departamento de 3 ambientes, parece un boliche. Un boliche que los fines de semanas solo admite jugadores de inferiores, la mayoría de la pensión del club.
-El club saben que vienen para acá y que no pasa nada, entonces a los más grandes los dejan quedarse. Escuchamos música y jugamos a la Play toda la noche- Leo busca la mirada cómplice de Bruno mientras sonríe pícaramente, y reanuda- Muy pocas veces vienen amigas del colegio o del club pero no pasa nada, jodemos.
-Hola Jessy, me mandas lo de siempre. Avísame cuando este cerca a si bajo- Leo y Bruno viven en un decimo piso de un edificio paqueta, esos recién estrenados. Hace tres meses dejaron la pensión y ahora la extrañan.
-¡Uh boludo! ¿Pagaste el gas? -No lo hiciste ¿vos?
Si bien tienen más libertades, lo quehaceres del hogar no son tan fáciles con pensaban y mucho menos a los 17 años. A menudo se olvidan de las cosas, y si no fuera por la novia de uno ellos vivirían en un chiquero y comerían pizzas todos los días o terminarían cenando en el comedor del club.
Desde el primer día cumbia, cuarteto y reggaetón suenan de fondo, no se apaga ni para dormir. De hecho muchas veces se van y se olvidan de que quedo encendido el equipo de música. Dos veladores se encuentran encendidos en el comedor, mientras la luz principal tiene telarañas del poco uso. El departamento de 3 ambientes, parece un boliche. Un boliche que los fines de semanas solo admite jugadores de inferiores, la mayoría de la pensión del club.
-El club saben que vienen para acá y que no pasa nada, entonces a los más grandes los dejan quedarse. Escuchamos música y jugamos a la Play toda la noche- Leo busca la mirada cómplice de Bruno mientras sonríe pícaramente, y reanuda- Muy pocas veces vienen amigas del colegio o del club pero no pasa nada, jodemos.
*Sentados en su cama, el jugador de inferiores Martínez no se atreve a mirarme fijamente y me observa de reojo como intentando que en algún momento mi figura desaparezca. Yo solo sonrió, sé que lo pongo incomodo. No está acostumbrado a que las mujeres entren a la pensión, ni mucho menos a su habitación, salvo por la gente de limpieza. En la mesa ratonera hay velador apagado y el blackberry negro con la alarma siete y media, por las dudas programadas para que suene varias veces. Una escena que se repite en varias piezas y en varias mesitas de luz, como si fuera que esa es la marca que los identifica. Quedarse dormido no es una opción si se quiere desayunar a las ocho en punto para poder con tiempo cambiarse en el vestuario. La puntualidad y la rutina en esta casa no son una broma. Desde enero a diciembre es una constante: desayunar, ir entrenar, sentarse a almorzar, ir al colegio, ir a merendar, tener tiempo libre, ir a cenar e ir a dormir a las veintidós horas. Que se corte el WiFi, es sinónimo a “Nene ándate a dormir”.
- Los primeros días lloraba porque extrañaba, me quería ir – dice al aire y muy bajito- pero mis viejos me dijeron que no me fuera porque era para el bien mío. Baja la mirada y suspira. Hacemos silencio e intento no interrumpir sus tiempos. - Pero como todo, te acostumbras – deja fluir con timidez- Hablo todos los días con ellos. Ahora vienen a Buenos Aires y me voy con ellos a casa- Finaliza, y por primera vez me mira a los ojos como intentando justificarse.
“Hoy el club es mi casa” – manifiesta con firmeza. Él sí está en condiciones de afirmar, sin faltarle a la verdad, que por razones demográficas y/o por sus capacidades económicas deben vivir en el Club al cual representa cada fin de semana dentro del campo de juego.
En 2008 con apenas ocho años, por cumplir nueve, dejó a su familia en Santa Cruz, preparó el bolso y viajó a Buenos Aires para ocupar un lugar que muchos chicos del interior quisieran tener pero pocos obtienen, el privilegio de una pensión y jugar al fútbol. Vivir en ellas es un constante vaivén entre tristezas y alegrías, se está un pasito más cerca de cumplir un sueño pero paralelamente se está más lejos del lugar de origen, y por supuesto de la familia.
- Los primeros días lloraba porque extrañaba, me quería ir – dice al aire y muy bajito- pero mis viejos me dijeron que no me fuera porque era para el bien mío. Baja la mirada y suspira. Hacemos silencio e intento no interrumpir sus tiempos. - Pero como todo, te acostumbras – deja fluir con timidez- Hablo todos los días con ellos. Ahora vienen a Buenos Aires y me voy con ellos a casa- Finaliza, y por primera vez me mira a los ojos como intentando justificarse.
“Hoy el club es mi casa” – manifiesta con firmeza. Él sí está en condiciones de afirmar, sin faltarle a la verdad, que por razones demográficas y/o por sus capacidades económicas deben vivir en el Club al cual representa cada fin de semana dentro del campo de juego.
En 2008 con apenas ocho años, por cumplir nueve, dejó a su familia en Santa Cruz, preparó el bolso y viajó a Buenos Aires para ocupar un lugar que muchos chicos del interior quisieran tener pero pocos obtienen, el privilegio de una pensión y jugar al fútbol. Vivir en ellas es un constante vaivén entre tristezas y alegrías, se está un pasito más cerca de cumplir un sueño pero paralelamente se está más lejos del lugar de origen, y por supuesto de la familia.
Un escenario que se repite continuamente en divisiones inferiores de diferentes clubes.
Si bien las pensiones de fútbol no son algo nuevo en la Argentina, en los últimos años han recibido una importancia impensada a causa de que cada vez es más extraordinario el rol que cumplen las divisiones inferiores dentro de un club. Ya en década del 90 de la mano de clubes como Vélez Sarsfield y River Plate, se comenzaban a ver los primeros indicios de lo provechoso de tener una cantera de jugadores para crecimiento de la institución tanto en lo futbolístico como en lo económico, a través de sus préstamos y ventas.
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